miércoles, 16 de septiembre de 2009

BAJO SENTENCIA DE MUERTE

Esta suerte de cosa innombrable, inopinable, que produce un dolor psíquico tal, en un acontecimiento defensivo extremo, se lo extirpa hasta de la memoria. El sujeto no quiere ver, no puede ver. Me refiero a la muerte. Allí, el Yo queda remitido a un profundo desvalimiento, producto de la afluencia de excitación que la psiquis no logra procesar. Sus implicancias dependerán claramente de la constitución psíquica de cada sujeto, así como de los recursos Yoicos con los que puede hacer frente.
Sin duda, cada uno de nosotros ha participado directa o indirectamente de ella, cuando pensamos en la pérdida de alguien que amamos, hasta esa sola representación, lastima, prontamente nos evadimos, casi por temor a atraerla, como si se tratase de un mal incurable en tanto su inevitabilidad. Cuando alguien se muere nos quedamos pasmados, paralogizados, afásicos y guardando la distancia observamos el infortunio del Otro, acaso le abrazamos fugazmente por temor a que se nos pegue (aferre) y nos pegue (contagie) eso que escapa a todo registro, que no se puede representar con una palabra, pues si se la enuncia es ya otra cosa. ¿Qué le vamos a hacer...? la vida es así... decimos, cuando le pasa a otro. A todos nos llegará la hora.
Desde niños, aprendemos con todos aquellos tropiezos, fracasos, dolencias corporales y anímicas, la soledad, el desamor, parecen ser pequeñas pérdidas prematuras que tienen su origen, en una aún mayor; la del nacimiento, todas ellas nos preparan en vida para la muerte. Pero el horror y el espanto asechan cuando se piensa en la muerte de los hijos, éso es lo imposible de nominar y constituye lo traumático. Aquella latencia, de la que la represión nos defiende, y que a muchos nos hace recordar a Dios como único salvador en nuestra inermidad. Precisamente eso es el trauma, lo que nos deja suspendidos, y lo que la palabra sin la debida elaboración y deconstrucción no puede nombrar, porque designa a los objetos; de allí que la psiquis, en una forma defensiva sin precedente, se deshace de los afectos, ante su imposibilidad de enfrentarlos, asimilarlos. De esta manera, el amor al objeto nos moviliza en su añoranza, en su búsqueda, en su deseo, en tanto amado y perdido.
Todos poseemos una valoración personal de lo perdido, en tanto amado, Siempre existe más de una fantasía de muerte en torno a uno mismo, en torno a los padres, son pequeños duelos anticipatorios que se plantea cualquiera, al ver lo avanzado de la edad de éstos, pero jamás se espera algo así en relación a los hijos. Es sin duda lo más catastrófico que le puede acontecer al sujeto. Luego de eso, está el miedo a nuestra propia muerte.
Más de alguna vez, he tenido la oportunidad de ver el estado de indefensión, vulnerabilidad y fragilidad al que quedan expuestos lo sujetos que han estado al borde de la muerte, sea por un accidente, intento de suicidio o enfermedad.
¿Cómo reconducir la vida después de una sentencia de muerte, o de un hecho traumático, o de un acontecimiento avasallante en nosotros mismos o en alguien cercano? Siempre después de una experiencia tal, el aparato psíquico se encarga de activar todos los mecanismos que vayan en defensa de una inminente destrucción yoica, para ello si es preciso cerrará, bloqueará y reprimirá todas las formas elaborativas, los canales comunicacionales de entrada y salida de información respecto a ese contenido, para evitar mirar el hecho en si. Cuya eficiencia es sin lugar a dudas, impedir su propio derrumbe.
Todas sus redes conceptuales parecen haberse abolido. Lo cual me parece particularmente peligroso, sobretodo en las personas que han padecido una enfermedad grave, pues es preciso brindarles un marco de contención a través de un espacio terapéutico adecuado, que pueda servirles de apoyo. De otro modo cargarán con el miedo, la ira, la ansiedad, desconcierto y el dolor y con ello, más exposición y predisposición a una eventual recaída.
Se recuperará para sí misma, en tanto que ha logrado vencer dicho padecimiento. Se esforzará por asimilarlo procurando rescatar la energía psíquica, que ya no se emplea en reprimir, poco a poco empiezan a reactivarse los recursos psicológicos e intelectuales, en otras palabras, la víctima empieza a ser más objetiva, reduciendo a niveles más realistas y moderados, tanto el trauma, como las demandas que de éste mismo se suscitan. Por supuesto, esto no es instantáneo, hay retrocesos y avances, porque, como ya fue anotado, se trata de construir representaciones para sucesos, en términos literales, irrepresentables, impensables, inarticulables, configurándose así un Yo alienado, que ha perdido de vista a ese Otro absoluto, correspondiente al orden simbólico. Por lo tanto, se precisaría ir desarticulando mecanismos maladaptativos, corrigiendo así las distorsiones internas a través de la rearticulación del discurso del paciente, pues en la medida que éste pone en palabras, verbaliza sus conflictos, empieza a mirarlos en lo que representan, se amplifica y modifica su lenguaje, y ello repercute en su pensar, en su darse cuenta.
De no ser así, el sujeto para sobrellevar la angustia traumática, empieza a elaborar pre-conscientemente el evento en cuestión; primero indirectamente, resignificándolo. El sujeto parece además cargar afectivamente horas del día, objetos no significativos objetivamente, que por una parte, su beneficio es que le evitan mirar directamente el hecho doloroso (protegiendo la integridad del Yo), pero por otra, mantiene a la víctima predispuesta y expuesta al evento de manera inconsciente, no permitiendo su elaboración. Ello con el peligro que implicaría volviéndolo susceptible a desarrollar el mal una vez más.
Debemos lograr dar con las palabras y con el posterior discurso que "desenrede” el evento traumático, que permita articular su verbalizaciones y referirlo al otro.
Esta cantidad de experiencias hostiles al Yo, y por ende, generadoras de sufrimiento psíquico, provocan que las posibilidades de elaboración intrapsíquica se dificulten poderosamente. El sujeto se vuelve más arcaico en sus razonamientos. Es como si estuviera recubierto de un filtro protector que lo separa del mundo que lo rodea, pues la valoración psíquica que lo cimentaba yace en caos. Ya que, como es sabido, el trauma supone siempre un aumento tal en la cantidad de energía, que no es elaborable naturalmente. De esta manera, la situación traumática absorbe en sí una gran cuota de ésta, dejando al sujeto preso de un fatídico enlentecimiento, remitiendo su Yo a un profundo desvalimiento, a una indefensión casi originaria, que se logra captar con mayor claridad, precisamente cuando el paciente entra en ínter juego en la relación terapéutica.
A veces lo traumático no deriva tanto de lo inesperado y terrible de la situación que en la actualidad afecta, sino de que este trauma, o muchos de ellos, han prevalecido y persistido como una constante en distintos momentos de vida. De modo tal, insisto: en ciertos casos, no parecen importar tanto las características del evento traumático en sí, sino la acumulación de muchos de ellos, además del modo de procesamiento psíquico que posee el sujeto, así como de los distintos recursos que desplegará para hacer frente al conflicto. Una vez que lo logra, se resignifica el evento traumático desperfilándolo. Se olvida la impresión y el dolor. Pero lamentablemente, dicho olvido no elimina lo traumático, por el contrario, sólo lo mantiene latente en un inconsciente siempre despierto, autónomo y amenazante, dispuesto a surgir involuntaria y sintomáticamente de la forma menos esperada. Que se actualiza luego ante un nuevo conflicto que dé señas del significante primero.
Lo claro hasta aquí, es que parece que no hay producción psíquica que no sobrevenga como consecuencia de una situación traumática. Esta realidad gravita constantemente en la vida de la mayoría de nosotros, no obstante, esto no causa el mismo efecto en todos, por no tener la misma constitución psíquica. La que usualmente deja al sujeto desvalido y lo instala en la lógica del significante.
Casi todas las personas cuentan, unos más, otros menos, con un historial traumático; siendo de esta manera, se debería estar psíquicamente capacitado para enfrentar los demás conflictos, pero pareciera que no necesariamente sucede así. ¿Será que aquí la llamada resiliencia no opera? ¿Será la disposición, organización y diferencias individuales que hace que se reaccione de una determinada manera ante un acontecimiento?
En relación a la situación traumática, es sabido que existen dos posibles direcciones que enfrentaría el aparato psíquico: una donde se integraría el evento traumático en un contexto significativo; haciendo referencia en la vía del principio del placer, con la consiguiente aparición del síntoma de neurosis. Y otra, donde el trauma absorbe en sí al sujeto, dejándolo con una tendencia marcada por el sin sentido, el infortunio, por un destino incierto y mortal, en otras palabras, prisionero de la pulsión de muerte. Aquí, la psiquis del sujeto apelará a mecanismos elaborativos más primitivos, que supondrán por ende, mayor destructividad.
Es aquí, cuando el principio del placer muestra su lado terrorífico y maligno, representado por esa búsqueda suicida de descarga absoluta, pretensión que nace inánime, pues como ya se ha dicho, su cumplimiento supondría su propio derrumbe, al implicar un des-encuentro con lo real, en tanto imposible, y un encuentro con la muerte, en tanto fin y límite de la vida. Este no cumplimiento, este fracaso inherente al principio del placer, constituye el agujero, el abismo al que queda condenado el sujeto, es la energía no tramitable que se inscribe en su psiquismo, es la fractura que nos dice que la verdad existe sólo a medias. Lo real no está dado por una presencia, mas bien, por una ausencia de ella, eso es lo traumatico. ¿Acaso aquí adviene el retorno a lo reprimido? Dejando de esta fisura sólo esbozos, pistas, residuos que se manifiestan para rearticular, producir una representación algo más tolerable, hasta concebible, para algo que le resulta catastróficamente inconciliable; como es la imposibilidad de encuentro total y definitivo con lo real. Entonces, aquí, en el caso de algunos de los casos observados en el contexto clínico, nos hace pensar que lo traumático no proviene sólo de esa situación avasalladora del presente, sino que viene a evocar ese punto de fractura que lo constituye.
Así, el trauma provoca una disfunción procesal de tal magnitud en el sujeto, que desarticula y separa el afecto de la representación, impidiendo, aboliendo y alterando severamente los intentos de procesamiento psíquico. De esta manera, y en la medida que las hostilidades preceptúales del trauma persisten, éste no puede ser decodificado, desentrañado, asimilado por el sujeto, y sólo se aproxima a la conciencia de éste, de forma desfigurada y encubierta; en otras palabras, el contenido permanecerá inaccesible para la conciencia, de manera tal, que el evento traumático no puede ser pensado, y por lo tanto, no puede haber un darse cuenta.
El Yo del sujeto queda suministrado a un avasallamiento que lo pone en la tormentosa brecha de la repetición, en donde el trauma ya no es sólo algo del pasado. El sujeto queda suspendido, aletargado, sumido en un agujero, donde lo real resulta imposible de simbolizar, quedando con energía sólo para procurar acercamientos y la reanudación de “algo” que no comprende, pero que se le designa repetidamente en la experiencia. Siendo así, el trabajo analítico debiera procurar la integración de sus cadenas simbólicas y reconstituirlas en el psiquismo del paciente. ¿Y si éstas no existen, nunca existieron? ¿Qué hubo en su lugar entonces? El fantasma es como un visillo que tímidamente insinúa la existencia del trauma. Cubre silencioso lo que encierra la repetición, y representa la espera agónica por ligar los quiebres, agujeros, desligaduras.
Debe existir un origen a partir de tal o cual vivencia. Origen que debió ser fundante y abismante en la existencia humana, a partir de aquel momento traumático se instalaría la fijación del sujeto, y desde allí las experiencias futuras se enmarañarían en directa relación con este momento primero. Momento que además asegure por su profundidad, ser el inicio en la cadena. De otro modo ésta se tornaría infinita y el origen indeterminado. ¿Cómo sería posible acercarse al origen? Aparentemente parece quimérica la propuesta de una lectura fundada en la temporalidad del trauma y cómo cada momento cobra sentido a partir de los demás. Así, en términos lógicos el trauma no sería nada en sí mismo, no estaría determinado por tal o cual vivencia, pues no hay ninguna que dé cuenta de ello con precisión, sino que el trauma se inscribiría siempre a posteriori. Hay otro "algo" que lo denota, que lo define y será desde este denotar desde donde se intentará reconstruir un saber respecto al origen. Con lo único que se cuenta es con este momento segundo, en el aquí y ahora, que arroja vislumbres acerca de un origen. Así visto, en la temporalidad en tanto su condición de reversibilidad, lo traumático habría estado operando desde siempre, pero sólo en este segundo momento adquiere su condición de trauma.
Sin duda esa dificultad, ese trastorno de la representación temporal y espacial del trauma, está muy presente en las víctimas que no logran elaborar su proceso. No pueden alcanzar el tiempo, pues la identidad del pasado se presenta desfigurada por su desconocimiento, ya que el trauma ha desalojado las huellas mnémicas de la conciencia, y las vislumbres (actos fallidos, lapsus) que quedan de ellas, el sujeto no las puede contextualizar, connotar, significar. Asimismo, el futuro resulta impreciso. El sujeto queda remitido a un presente plagado de pasado que busca incesantemente soldar una fractura antigua que ha mutado a esfuerzos de recomposición y que descompone su presente, saturándolo de incesantes pensamientos que sólo lo desvinculan de si mismo.

Pues si bien es cierto, no hay nada de malo en pensar, sin embargo cuando esos pensamientos jamás se detienen y la mayoría de ellos sólo constituyen información residual sin utilidad, que nos repletan de nada, es preciso intentar detener esa concatenación, a través de la simple reparación de la propia existencia, y no esperar a estar a punto de perderla para hacerlo. El mundo es bello y no tiene lugar fuera de nosotros, le somos constitutivos y existe a partir de nuestro darnos cuenta, somos la conciencia que le da vida a este mundo, que le da sentido a todas las cosas. El pensamiento no permite un estado de consciencia presente, de allí que siempre nos saca de contexto, nos distrae y enmaraña, construye de manera instantánea y simultanea cientos de pensamientos, empobreciendo nuestra vista y nuestra manera de pararnos en el mundo, si lo pensamos bien, el momento presentificado, es el único dotado de vida, No podemos impedir el aquí y ahora real, éste mío, el tuyo allá, va con nosotros a cada momento y es lo único cierto. Ése escalofrío que nos recorre al ser conscientes de nosotros mismos, que nos hace ver aquello a lo cual nunca antes le pusimos atención, que nos hace vibrar hasta con lo más sutil y efímero de este mundo. Debe ser el motor que nos sacuda el abatimiento y el temor.
Quizás más de alguien recordará la primera vez que tuvo lugar en su mente, la existencia de la muerte, cuando se repetía a si mismo: pero si yo muero, ¿nunca más viviré? yooo? ésta que estoy aquí respirando y escribiendo, ésta desaparecerá de este mundo por siempre jamás ¿Yo? Esa sensación abismante, es el encuentro con lo real, ése roce con el “darse cuenta”, nos da una mínima pista de la complejidad de nuestro ser. Nos inunda una sensación avasallante porque recién ahí reparamos en nuestra existencia, cuando nos damos cuenta de la inevitabilidad de la muerte entendemos de facto que estamos vivos. Esa imposibilidad de pensarnos sin existencia paradójicamente es la que le da la fuerza al momento presente, como aquel dicho que dice, “uno no sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”, pero la idea es reparar en nuestra existencia mientras estamos vivos, eso es lo que les pasa a los que casi mueren, están ante una sentencia de muerte y se dan cuenta que aquello por lo que lucharon toda la vida nunca tuvo sentido, era solo acaparar, coleccionar objetos que ahora ya no sirven de nada, recién ahora atesoran cada segundo de vida y reparan en cosas que jamás antes repararon, para algunos es ya demasiado tarde, para otros en cambio se abre otra oportunidad, pero al poco andar, vuelven a desconectarse de si mismos, enmarañándose en más pensamientos, pero ahora la carga se ve aumentada por el miedo y los fantasmas de casi haber muerto.
Una vida fundada en los pensamientos y en lo mental, es una vida disfuncional basada en la mente humana, que si nos diéramos cuenta de ello, estaríamos frente al advenimiento del mundo transformado, vivido tal cual debiéramos.
La respuesta a la falta de sentido existencial sobreviene sólo cuando dejamos de buscarla y en lugar de eso debemos evitar que los pensamientos sigan seduciéndonos y aflorando sin que intervenga nuestra voluntad, porque nos llevarán por el camino mecánico y vacío, proyectado por la mente, allí donde los pensamientos constituyen un abismo sin fin, por nuestra incapacidad de orientarlos, de interrumpirlos, todos los pensamientos provienen del pasado, por eso nunca nos permiten conectarnos con el presente. Precisamos mirar dentro nuestro, allí está el verdadero mundo. El de afuera, es bello, pero no sabemos disfrutarlo, porque hacemos de él sólo un reflejo ilusorio creado por la mente que nos aleja de la conección con la profundidad de nuestro propio ser integral, cuando yo soy consciente de lo que siento, percibo, huelo y miro es menos probable que los pensamientos surjan, aunque lucharán por hacerlo. Por eso nosotros debemos ser el cambio, que no es sino el cambio de consciencia transformado, que nos permite reparar en que, a pesar de lo horrendo de un crimen, a lo doloroso de una partida, a lo terrible de una enfermedad, de lo dura e injusta que se muestra la vida en ciertas ocasiones, debemos creer en la humanidad, sólo en esa medida puedo concebir esperanza de reparación en las víctimas, en los enfermos. Si enjuicio y condeno, pierdo a “ése” que nos cuenta, esa mitad, ese pariente lejano que no queremos reconocer y que tenemos todos en potencial, al querer más de alguna vez, superponernos al otro.
Aprender a decir un NO, libre de conflicto. Un NO, que sea respetuoso y promotor de nosotros mismos, que diga por aquí quiero ir yo y volver acto ese deseo. NO más pensamientos basados en el pasado, ni de su contra parte, esperanzados del futuro. Es como decir yo antes era feliz y no lo supe valorar. Es bueno reconocer las cosas, pero muy inadecuado perpetuarlas. Y nuestro presente donde lo dejamos? Siempre estamos desconectados de él, viviéndolo mecánicamente, rumiando pensamientos y más pensamientos. Por eso los cambios nos cuestan tanto, nuestro ser alienado se resiste, nos engaña, nos dice, mejor hagámoslo mañana, mejor pensemos en otra cosa y abrimos de facto la puerta para que confluya abismante, más de lo mismo dentro nuestro. Alejándonos de nuevo, perdiéndonos de vista, de nuestro propio ser y de lo real.

Sólo sé que a pesar de lo horrendo de un crimen, a lo doloroso de una partida, a lo terrible de una enfermedad, de lo dura e injusta que se muestra la vida en ciertas ocasiones, yo creo en la humanidad y sólo en esa medida puedo concebir esperanza de reparación en las víctimas, en los enfermos. Si enjuicio y condeno, pierdo a “ése” que nos cuenta, esa mitad, ese pariente lejano que no queremos reconocer y que tenemos todos en potencial, al querer más de alguna vez, superponernos al otro

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