miércoles, 7 de octubre de 2009

AGRESIVIDAD INSTINTUAL

Me ha hecho mucho sentido en el último tiempo, esta cosa suelta en el aire, apropósito de que ya no es novedad para nadie, que ha crecido la hostilidad general y los delitos contra las personas, además de la alarmante ola de asesinatos a menores y a recién nacidos. Así como los secuestros a escolares a metros de sus respectivos colegios, las estafas telefónicas que ahora incluyen intentos de secuestro, hasta los espectáculos culturales como el carnaval de los mil tambores, que terminó en mil piedrazos, al punto que ahora ni los bomberos escapan al ataque de esa masa desaforada. Todos tienen en común el factor violencia muy marcada y cada vez más elaborada. Me pregunto, ¿qué estará pasando? Quizás si partimos de la premisa, que nos rigen dos tipos de pulsiones: pulsión de vida, que alude a todo lo que produce placer y preservación del mismo, sea relación sexual o erótica, y pulsión de muerte, para designar agresividad, destrucción (guerras y epidemias como extrapolación del psicoanálisis). En cada instancia de la vida confluirían, en distinta proporción, ambas fuerzas, y una disociación o distorsión en alguna de ellas dejaría al sujeto en una situación de conflicto. A partir de ello se podría pensar que estos sujetos reflejan una inclinación recurrente a “enganchar” con los aspectos negativos o de displacer, casi como respondiendo a una necesidad inconsciente de violencia, sufrimiento, de auto agresión o de agresión a los demás.
Interesante me resulta compartirles a ustedes un aporte de Lacan en el concepto de narcisismo de Freud, quien considera a la agresividad como la instancia dominadora de la economía afectiva, que es constante en la vida del sujeto y es al mismo tiempo actuada y tolerada por el pequeño infante, por identificación con el otro en el que deposita y es depositario de esta violencia y que en Lacan se relaciona con la emergencia de la “agresividad” como sustrato fundamental y estructurante en el sujeto.
Si retomamos la mencionada dinámica identificatoria e imaginaria del Yo, quizás podamos entender, lo que implica que éste Yo, exista o actúe como tal, en tanto se enfrenta a algún otro. Es decir, el Yo existe sólo, por, desde y para la interacción. Puesto que en toda interacción, en todo enfrentamiento, cada uno de nosotros está arriesgando su propio Yo (en el sentido que están en juego jerarquías, ubicaciones, roles, etc.), se debe considerar a la agresividad como un componente inevitable de la construcción del Yo (tal como antes Hegel había establecido en la dialéctica de amo y esclavo a la rivalidad como sustento del desarrollo de la cultura y de la misma noción de humanidad). Así, estas identificaciones siempre implican acometividad, derivada de la duda identificatoria primordial: ¿es él o soy yo? La agresión es un componente intrínseco de la relación imaginaria, pues cuando dos sujetos se confrontan en el espejo, siempre uno está sobrando, siempre uno debe superponerse al otro, (hasta en términos de admiración).
Lacan sostiene que el sujeto se haya inmerso tanto en situación de análisis como en la vida cotidiana en “imagos” agresivas de devoración, mutilación, despedazamiento etc. Lo que él define como la imago del cuerpo fragmentado. En su obra “La agresividad del Psicoanálisis” (1948). Lacan plantea que estas experiencias ya están presentes en el psiquismo infantil en un nivel fantasmagórico, claramente ilustradas en el estadio del espejo. En un tiempo pre-especular, en el cual, el pequeño infante se experimenta como despedazado, desmembrado, no distinguiendo su propio cuerpo del de su madre, tampoco entre sí mismo y el mundo que lo rodea. Tiempo que culminaría con el advenimiento del Estadio del Espejo, conquistando la imagen de su propio cuerpo y articulando así las piezas mutiladas e inconexas de su anterior condición. Si bien los niños aprenden que esta imagen del espejo carece de existencia real, muchos de ellos se complacen en jugar con ella, como si se tratara de otra persona, y con la ventaja de poder ir corrigiendo el juego, a través de esa otra imagen, percibiendo los efectos que tenía tal o cual gesto, o palabra, de modo que se perfecciona su eficiencia social, (estos juegos a veces son perfeccionados jugando también, en paralelo con la propia sombra).
Claramente, aunque esta experiencia de fragmentación es imaginaria, éste es un proceso fundamental para la formación del Yo, ya que le permitiría acceder a una dinámica de identificación fundamental, a través de la cual, el niño logra la unificación y completud de sí mismo, al reconocerse e integrarse en aquella imagen de su cuerpo que le es constitutiva y que desde un principio lo inscribe en la huella de la alienación y de la agresividad.
. Más de alguna vez, les habrá tocado ver, parejas de niños, en las cuales uno de ellos se exhibe notablemente más activo, mientras que el otro tiende a contemplarlo pasivamente, casi como si el otro administrara sus propias ganas de ser y “hacer”. A menudo adopta una connotación bastante cruel de déspota y subvalorado. Las evidencias muestran que pareciera no existir una subjetividad perfectamente lograda, por el contrario, parecen provistos de sentido, en tanto uno es en el otro. Así aparecen fundidos, y tanto el pasivo como el activo están fascinados con su respectiva imagen. El pasivo está encandilado; en un nivel muy profundo siente que es él; por su parte el activo está absolutamente arrobado por este “otro” que lo contempla capturado, paralogizado y en cuya mirada encuentra reconocimiento. Por cierto, se precisa un límite de edad entre los sujetos, que no debe ser superado. Es la constante que existe entre los infantes y lo que en definitiva facilita su identificación. .
. Enfrentados uno al otro espontáneamente manifiestan múltiples reacciones. Recuérdese que la estructura nerviosa y sus conexiones neuronales son particularmente veloces y profundas. De alli que este enfrentamiento está lleno de significados.
Se advierte un cierto grado de rivalidad, como dos piezas que antes de ensamblar se confrontan en búsqueda de un ajuste, de ensamblar. Es, el impresionante advenimiento de un gran “otro” como objeto, como referente ante el cuál definirse y contra el cuál dibujarse, porque aquí lo que está en juego no es un conflicto confrontacional entre dos niños, sino un conflicto juzgado por separado en cada sujeto, en actitudes que se complementan en su ambivalencia. Y que encuentran certeza respecto a la propia existencia.
Es preciso recordar la condición de “doble” que ejerce el masoquismo en el sadismo, destacado por el psicoanálisis, y que en definitiva condujo a Freud a sostener la idea de un instinto de muerte, que funda el misterio del masoquismo y su relación en la economía de los instintos vitales.
El malestar y dolor psíquico que provoca el destete en el niño lo inscribirá indefectiblemente en el más profundo deseo de muerte, que la represión aplacara para salvaguardar su yo. Así se reconocerá en el masoquismo primario la ambivalencia presente en los primeros actos lúdicos, en que el sujeto recrea y reproduce tal malestar, en un intento desesperado por superarlo y hacerle frente.
Desde la óptica señalada, es posible hipotetizar que existiría una suerte de perturbación libidinal a nivel instintual, es decir, en un nivel tan arcaico (como lo son los instintos primarios), que en nuestra calidad de seres humanos todos presentamos con cierta uniformidad y universalidad.
Se puede postular así, una distorsión que se constituiría y gestaría más bien intrauterinamente, en donde haya triunfado silenciosamente la pulsión de muerte por sobre la erótica, primando el displacer, y habiendo dejado ya inscritas sus huellas y efectos en el feto, que al nacer y desarrollarse se inclina inconscientemente por todas las formas y experiencias negativas que impliquen displacer, y debido a que éstas precisan y tienden a una elevación y acumulación, llegan a constituirse con el tiempo en una estructura psíquica, comandada primordialmente por una especie de pulsión destructiva. Aquí importa repetir uno de los axiomas de Lacan: el Yo existe solo: “En relación”. Más adelante ambos tipos de niños tenderán a repetir estos roles primigenios
De allí esa tendencia invisibililizada de algunos infantes de apropiarse y manifestarse incómodamente respecto del mundo que les rodea, sesgando todos aquellos eventos negativos y destructivos, los cuales van construyendo y reconstruyendo cíclicamente la brecha que regirá su existencia.
Esto es todavía más desafortunado en los casos de los niños nacidos antes de tiempo. En dichos casos, se observa un importante retraso afectivo, que da luces de la gran importancia de la imago de seno materno, al dominar y marcar profundamente la existencia del hombre: en el acto de amamantar y arrullar al niño conteniéndolo, la madre, simultáneamente, recibe y satisface uno de los instintos más arcaicos del sujeto, fuente del más profundo y primordial deseo de amor.
Por otra parte, el vinculo con el seno materno, que ha evolucionado de acuerdo a las exigencias sociales, familiares, normativas y psicológicas, continúa desempeñando un rol muy importante en la vida del sujeto y su presencia, aunque mayormente inconsciente, reproduce el hábitat prenatal en sus formas cotidianas de convivencia, contexto familiar y vincular. Así, todo lo que involucra la instancia cotidiana del sujeto, y a medida que éste alcanza un nivel mayor de abstracción en su psiquis, sus formas de afección, sin duda lo ligarán de manera diferente a cada miembro de su grupo.
Pudiera entenderse en la misma medida, que el dolor, que durante el parto alcanza un umbral que sobrepasa todo registro experiencial, no es más que, proporcionalidad y compensación, ante el trauma del nacimiento, que más bien por lo catastrófico, parece su contrapartida, el fin de la vida y el comienzo de la muerte, que culminaría en el complejo del destete, que aunque demoledor e inescrutable, moviliza posteriormente en el hombre un singular apetito por la muerte. El complejo del destete, en esta relación orgánica tan trascendente, refleja y explica la importancia de la imago materna, en tanto implica una huella muy profunda en el psiquismo humano, y que producto de lo mismo, su sublimación no está alejada de múltiples dificultades, pero que son precisas en función del desarrollo y eficiencia social y psicológica del infante. Así, En el sentido que se corresponde una necesidad orgánica con una falta radical, que en su consecución, o intento de satisfacción, obliga al sujeto y lo instala en la brecha del significante primero.
Luego, la pérdida de las seguridades que comporta el contexto familiar en su contención, sentido de pertenencia e identidad, implicarían una repetición de la dolorosa etapa del destete. La vida desprovista del seno materno no parece otra cosa que una escena dantesca e infernal. La nostalgia del paraíso perdido, representa la añoranza materna. Su sublimación promueve el desarrollo y sentido familiar y social, al movilizarnos en la búsqueda y necesidad de “ser” con otros y ser en “otros.” No obstante, permanecerá una profunda huella en el psiquismo del sujeto, en la base de sus procesos y dinamismos mentales, que se instalará de manera inconsciente en los nuevos nexos y vínculos que establezca éste en sus relaciones actuales y que constituirían en las diversas formas que funda la añoranza del paraíso intrauterino y que a muchos los conduce a posteriori en la más obscura aspiración a la muerte.
Si nos detenemos a oír y ver las noticias y programas basados en un consumismo exacerbado, que circulan diariamente, con un sin fin de argumentación reseñada en los distintos medios, que apuntan mayoritariamente a una evidente enajenación del sujeto, promoviendo indirectamente la violencia, la exaltación sexual y la promoción de lo material. De cierto modo, que lleva a deducir que los mismos procesos de modernización suscitan inseguridad en la gente, sobretodo en los sectores más desposeídos, que poco o nada saben acerca de los avances tecnológicos y científicos, en tanto les reclaman, necesidades más urgentes que enterarse, por ejemplo, del último fraude gubernamental o público, no obstante tiene un gran plasma pantalla plana en el centro de su casa, donde se sumergen cada día para soñar. Y en dónde se gestan los más profundos resentimientos y la avidez por la rápida adquisición material, que ante la apertura de sus puertas sobreviene la terrible y frustrante realidad, reconduciéndolos a su marginación, y a la creciente ausencia de códigos comunicacionales que expresen su imposibilidad de integración económica y su falta de seguridad en relación a su integridad física y a la de los suyos, que le permita desplegar su subjetividad en interacción con los demás, en un entorno y contexto protegido, bajo un trato civilizado. Así para la gente de la periferia, tal trato no parece posible, excepto un poco con los suyos, con quienes busca crear identidad, donde a través del graffiti intenta mostrar y plasmar su descontento, o donde ilustra también, (porque no seguir soñando) pequeños destellos de esperanza, que reclaman territorialidad y promoción. Allí incluso en su hogar, donde hasta el espacio más íntimo resulta indefenso y puede ser vulnerado, porque está condenado al hacinamiento, a condiciones todas que sólo promueven promiscuidad, violencia y delito.
Por otra parte, si se considera el virulento pasado de nuestra nación, se caerá en la cuenta que tanto horror no pudo haber pasado inadvertido. Así, el Estado de Chile como garante de paz y seguridad en los años setenta a ochenta, (completamente inoperante, dicho sea de paso) fue el gestor de un contra-referente que aún hoy empaña la conciencia de la gente: la cultura del miedo y la arbitrariedad e injusticia. Hecho que es claramente aprehensible en los sectores más pobres. Ciertamente con la llegada de la democracia se suspende un poco la represión, (más bien parece atenuarse y regularse judicialmente), pero el miedo trocó a una forma más cotidiana de inseguridad. Pareciera pues, que esta suerte de violencia creciente, que en el último tiempo se ha tomado Santiago, más bien el país en general, responde a la más reactiva sed de venganza, como si de pronto un país que no reaccionaba frente a los vejámenes del pasado, que paso por el miedo extremo, hasta un temor difuso, hoy encuentra en la seguridad de un gobierno bueno, (cual madre esforzada se empeña en dar lo mejor que puede a sus hijos, considerando sus limitaciones recursivas, y las condiciones en que recibió el país), se permiten (al sentirse protegidos, al no existir amenaza explícita), recién ahora, hacer pataleta y sacar toda esa rabia acumulada, que desgraciadamente, está siendo pésimamente orientada. Y se evidencia, en los daños a la propiedad con una facilidad que asombra, la agresión hacia los demás y los resonantes crímenes en las comunas tanto populares, marginales como en los sectores más pudientes.
De modo tal, que esta condición de progreso, que debiera ser igualitaria, podría ser bastante cuestionable, sobretodo cuando se remite a la población que funda este artículo, que carece casi por completo de recursos estatales, privados y más aún propios, como para sostener un sistema de seguridad y desarrollo eficaz. Se sabe, que tanto policía como carabineros de Chile rehuye entrar a sus calles, a diferencia de lo que ocurre en los sectores más altos, donde además vienen operando múltiples dispositivos de seguridad pública y privada que van desde complejas alarmas, hasta verdaderas cuadrillas de resguardo perfectamente organizadas. Solo P.D.I. entra a sus lugares, pero al más puro estilo pistolero, cuyos tiros curiosa y repetidamente impactan por lo general en menores o personas inocentes. Más que en los criminales, que en su mayoría son jóvenes de diferentes estratos sociales, que bajo la excusa de la falta de oportunidades prefieren robar y delinquir en lugar de trabajar o estudiar, sobretodo en un marco en que objetivamente sí hay más oportunidad para hacerlo. Más de alguien se preguntará ¿porqué habría de haber afectado tanto a los jóvenes de hoy, el tiempo de represión dictatorial, en que no se permitía la libre expresión y menos estas inusitadas formas de violencia? Pues bien, considero que los hijos de hoy, son la herencia del lenguaje que se debió callar por tanto tiempo. Como padres inexorablemente transferimos a nuestros hijos nuestros miedos y toda la represión que éstos implicaron , al punto que ellos, los jóvenes, o una parte importante de los mismos, constituyen el gran síntoma que merece atención y rápida contención y afrontamiento Puesto que ya sabemos que en la familia acontecen los procesos más importantes del desarrollo psíquico, y que la herencia psicológica transmite estructuras comportamentales inconscientes y posibilita una concatenación psíquica que redunda tarde o temprano en la expresión sintomática de un pasado infectado de mentiras, parasitado de pérdidas, miedo, injusticias y corrupción. En la actualidad las cárceles están plagadas de muchachos que si bien es cierto con suerte saben leer y escribir, sin embargo, se conocen el código penal a la perfección y hacen mañana de él para entrar y salir de la cárcel o instituciones de reclusión, a su antojo. Por otro lado la pasión popular sobretodo masculina; el fútbol ya no mueve multitudes, sino que justifica y viste de chunchos o de indios a criminales, que invaden al resto de la sociedad con sus estúpidos himnos que son una mala copia Argentina, que se toman el sufrido transantiago para brincar sobre la gente, lo mismo en el metro y las calles, arrasando con todo a su paso, paraderos, vitrinas, personas, niños incluidos, etc. testimoniando una penosa perspectiva acerca de la agresividad en su manifestación súbita, repentina e inesperada de acometividad. Esto, desde la óptica de la víctima, reducida a la pasividad forzosa, a la resignación frente a la agresión, le queda el silencio y la humillación, de tener que agachar la cabeza rogando que pase todo pronto, sumergiendo a la persona una vez más, como en la eterna pareja Hegeliana, al trato humillante e impotente, surgiendo entonces sentimientos ambivalentes donde coexisten miedo, rabia, dolor, deseos de venganza, e impotencia.

Este reconocimiento de la agresividad como sustento básico de las relaciones humanas no nos empaña la vista, al contrario la amplifica, permitiéndonos integrarla; contextualizándolo en el espacio terapéutico. Se podría hipotetizar que el abordaje de esta agresividad en el momento oportuno, pudiera ser de capital importancia, para que éstos no la volviesen contra sí, sobretodo contra los otros, con el consiguiente deterioro, pues la víctima cae en un estado de desánimo mayor al esperado, cuando se trata de un atentado directo, como si el victimario, además de pertenencias simbólicas o materiales, le hubiese sustraído energía libidinal, quedando en una permanente estado de intimidación frente a otros, que ejercen abuso frente a su indefensión . En tal situación, la víctima tiende a buscar amparo y protección en un otro aún mayor, dotado de una palabra más potente y que debiera ser garante de paz y justicia; el Estado, pero éste más bien parece un padre imaginario que sólo produce ilusión y desigualdad entre sus hijos. Es deber del Estado intervenir para que el agresor nos devuelva la confianza y seguridad perdida, y revierta la violencia como algo punible, penalizable, castigable. Y ya no como esa masa tanática que crece incontrolable. Porque también ese otro agresor requiere ponerse sobre los carriles del orden, como una cría que de pronto requiere correctivo para encontrar la anhelada identidad y límites necesarios para trascender. Y volver a hacer de la familia el dispositivo principal en la difusión cultural y social. Recuperarla implica recobrar su capacidad de incubar los primeros esbozos de educación, en el aplacamiento de los instintos de vida y muerte, en el acceso al lenguaje, con el advenimiento de la educación inicial, de lo normativo y de las exigencias éticas en un marco institucional familiar que gobierna las instancias y procesos psicológicos más fundamentales, que resguarden implícitamente la preservación del aparataje social, en tanto pone y mantiene a raya a los instintos, al reprimirlos.
Ayer por ahí en un canal de TV veía con incredulidad que Chilito figura en un ranquing de las naciones unidas entre 182 países ocupando el lugar 44, si bien es cierto Chile siempre ha cuatreado, muchos recordaremos que, hace no poco tiempo, podías divertirte y regresar a casa a salvo, aun transitando por las calles a las tantas de la madrugada; hoy eso es imposible, pues allá afuera todo ha cambiado:O(. También recuerdo una reciente declaración del ex presidente Alwyn, quien señalaba que no había que ser catastróficos, quizás tenga razón, yo sólo soy un espejo que intentar transparentar la paranoia y el miedo concreto de la gente. Saludos a todos.