miércoles, 7 de octubre de 2009

AGRESIVIDAD INSTINTUAL

Me ha hecho mucho sentido en el último tiempo, esta cosa suelta en el aire, apropósito de que ya no es novedad para nadie, que ha crecido la hostilidad general y los delitos contra las personas, además de la alarmante ola de asesinatos a menores y a recién nacidos. Así como los secuestros a escolares a metros de sus respectivos colegios, las estafas telefónicas que ahora incluyen intentos de secuestro, hasta los espectáculos culturales como el carnaval de los mil tambores, que terminó en mil piedrazos, al punto que ahora ni los bomberos escapan al ataque de esa masa desaforada. Todos tienen en común el factor violencia muy marcada y cada vez más elaborada. Me pregunto, ¿qué estará pasando? Quizás si partimos de la premisa, que nos rigen dos tipos de pulsiones: pulsión de vida, que alude a todo lo que produce placer y preservación del mismo, sea relación sexual o erótica, y pulsión de muerte, para designar agresividad, destrucción (guerras y epidemias como extrapolación del psicoanálisis). En cada instancia de la vida confluirían, en distinta proporción, ambas fuerzas, y una disociación o distorsión en alguna de ellas dejaría al sujeto en una situación de conflicto. A partir de ello se podría pensar que estos sujetos reflejan una inclinación recurrente a “enganchar” con los aspectos negativos o de displacer, casi como respondiendo a una necesidad inconsciente de violencia, sufrimiento, de auto agresión o de agresión a los demás.
Interesante me resulta compartirles a ustedes un aporte de Lacan en el concepto de narcisismo de Freud, quien considera a la agresividad como la instancia dominadora de la economía afectiva, que es constante en la vida del sujeto y es al mismo tiempo actuada y tolerada por el pequeño infante, por identificación con el otro en el que deposita y es depositario de esta violencia y que en Lacan se relaciona con la emergencia de la “agresividad” como sustrato fundamental y estructurante en el sujeto.
Si retomamos la mencionada dinámica identificatoria e imaginaria del Yo, quizás podamos entender, lo que implica que éste Yo, exista o actúe como tal, en tanto se enfrenta a algún otro. Es decir, el Yo existe sólo, por, desde y para la interacción. Puesto que en toda interacción, en todo enfrentamiento, cada uno de nosotros está arriesgando su propio Yo (en el sentido que están en juego jerarquías, ubicaciones, roles, etc.), se debe considerar a la agresividad como un componente inevitable de la construcción del Yo (tal como antes Hegel había establecido en la dialéctica de amo y esclavo a la rivalidad como sustento del desarrollo de la cultura y de la misma noción de humanidad). Así, estas identificaciones siempre implican acometividad, derivada de la duda identificatoria primordial: ¿es él o soy yo? La agresión es un componente intrínseco de la relación imaginaria, pues cuando dos sujetos se confrontan en el espejo, siempre uno está sobrando, siempre uno debe superponerse al otro, (hasta en términos de admiración).
Lacan sostiene que el sujeto se haya inmerso tanto en situación de análisis como en la vida cotidiana en “imagos” agresivas de devoración, mutilación, despedazamiento etc. Lo que él define como la imago del cuerpo fragmentado. En su obra “La agresividad del Psicoanálisis” (1948). Lacan plantea que estas experiencias ya están presentes en el psiquismo infantil en un nivel fantasmagórico, claramente ilustradas en el estadio del espejo. En un tiempo pre-especular, en el cual, el pequeño infante se experimenta como despedazado, desmembrado, no distinguiendo su propio cuerpo del de su madre, tampoco entre sí mismo y el mundo que lo rodea. Tiempo que culminaría con el advenimiento del Estadio del Espejo, conquistando la imagen de su propio cuerpo y articulando así las piezas mutiladas e inconexas de su anterior condición. Si bien los niños aprenden que esta imagen del espejo carece de existencia real, muchos de ellos se complacen en jugar con ella, como si se tratara de otra persona, y con la ventaja de poder ir corrigiendo el juego, a través de esa otra imagen, percibiendo los efectos que tenía tal o cual gesto, o palabra, de modo que se perfecciona su eficiencia social, (estos juegos a veces son perfeccionados jugando también, en paralelo con la propia sombra).
Claramente, aunque esta experiencia de fragmentación es imaginaria, éste es un proceso fundamental para la formación del Yo, ya que le permitiría acceder a una dinámica de identificación fundamental, a través de la cual, el niño logra la unificación y completud de sí mismo, al reconocerse e integrarse en aquella imagen de su cuerpo que le es constitutiva y que desde un principio lo inscribe en la huella de la alienación y de la agresividad.
. Más de alguna vez, les habrá tocado ver, parejas de niños, en las cuales uno de ellos se exhibe notablemente más activo, mientras que el otro tiende a contemplarlo pasivamente, casi como si el otro administrara sus propias ganas de ser y “hacer”. A menudo adopta una connotación bastante cruel de déspota y subvalorado. Las evidencias muestran que pareciera no existir una subjetividad perfectamente lograda, por el contrario, parecen provistos de sentido, en tanto uno es en el otro. Así aparecen fundidos, y tanto el pasivo como el activo están fascinados con su respectiva imagen. El pasivo está encandilado; en un nivel muy profundo siente que es él; por su parte el activo está absolutamente arrobado por este “otro” que lo contempla capturado, paralogizado y en cuya mirada encuentra reconocimiento. Por cierto, se precisa un límite de edad entre los sujetos, que no debe ser superado. Es la constante que existe entre los infantes y lo que en definitiva facilita su identificación. .
. Enfrentados uno al otro espontáneamente manifiestan múltiples reacciones. Recuérdese que la estructura nerviosa y sus conexiones neuronales son particularmente veloces y profundas. De alli que este enfrentamiento está lleno de significados.
Se advierte un cierto grado de rivalidad, como dos piezas que antes de ensamblar se confrontan en búsqueda de un ajuste, de ensamblar. Es, el impresionante advenimiento de un gran “otro” como objeto, como referente ante el cuál definirse y contra el cuál dibujarse, porque aquí lo que está en juego no es un conflicto confrontacional entre dos niños, sino un conflicto juzgado por separado en cada sujeto, en actitudes que se complementan en su ambivalencia. Y que encuentran certeza respecto a la propia existencia.
Es preciso recordar la condición de “doble” que ejerce el masoquismo en el sadismo, destacado por el psicoanálisis, y que en definitiva condujo a Freud a sostener la idea de un instinto de muerte, que funda el misterio del masoquismo y su relación en la economía de los instintos vitales.
El malestar y dolor psíquico que provoca el destete en el niño lo inscribirá indefectiblemente en el más profundo deseo de muerte, que la represión aplacara para salvaguardar su yo. Así se reconocerá en el masoquismo primario la ambivalencia presente en los primeros actos lúdicos, en que el sujeto recrea y reproduce tal malestar, en un intento desesperado por superarlo y hacerle frente.
Desde la óptica señalada, es posible hipotetizar que existiría una suerte de perturbación libidinal a nivel instintual, es decir, en un nivel tan arcaico (como lo son los instintos primarios), que en nuestra calidad de seres humanos todos presentamos con cierta uniformidad y universalidad.
Se puede postular así, una distorsión que se constituiría y gestaría más bien intrauterinamente, en donde haya triunfado silenciosamente la pulsión de muerte por sobre la erótica, primando el displacer, y habiendo dejado ya inscritas sus huellas y efectos en el feto, que al nacer y desarrollarse se inclina inconscientemente por todas las formas y experiencias negativas que impliquen displacer, y debido a que éstas precisan y tienden a una elevación y acumulación, llegan a constituirse con el tiempo en una estructura psíquica, comandada primordialmente por una especie de pulsión destructiva. Aquí importa repetir uno de los axiomas de Lacan: el Yo existe solo: “En relación”. Más adelante ambos tipos de niños tenderán a repetir estos roles primigenios
De allí esa tendencia invisibililizada de algunos infantes de apropiarse y manifestarse incómodamente respecto del mundo que les rodea, sesgando todos aquellos eventos negativos y destructivos, los cuales van construyendo y reconstruyendo cíclicamente la brecha que regirá su existencia.
Esto es todavía más desafortunado en los casos de los niños nacidos antes de tiempo. En dichos casos, se observa un importante retraso afectivo, que da luces de la gran importancia de la imago de seno materno, al dominar y marcar profundamente la existencia del hombre: en el acto de amamantar y arrullar al niño conteniéndolo, la madre, simultáneamente, recibe y satisface uno de los instintos más arcaicos del sujeto, fuente del más profundo y primordial deseo de amor.
Por otra parte, el vinculo con el seno materno, que ha evolucionado de acuerdo a las exigencias sociales, familiares, normativas y psicológicas, continúa desempeñando un rol muy importante en la vida del sujeto y su presencia, aunque mayormente inconsciente, reproduce el hábitat prenatal en sus formas cotidianas de convivencia, contexto familiar y vincular. Así, todo lo que involucra la instancia cotidiana del sujeto, y a medida que éste alcanza un nivel mayor de abstracción en su psiquis, sus formas de afección, sin duda lo ligarán de manera diferente a cada miembro de su grupo.
Pudiera entenderse en la misma medida, que el dolor, que durante el parto alcanza un umbral que sobrepasa todo registro experiencial, no es más que, proporcionalidad y compensación, ante el trauma del nacimiento, que más bien por lo catastrófico, parece su contrapartida, el fin de la vida y el comienzo de la muerte, que culminaría en el complejo del destete, que aunque demoledor e inescrutable, moviliza posteriormente en el hombre un singular apetito por la muerte. El complejo del destete, en esta relación orgánica tan trascendente, refleja y explica la importancia de la imago materna, en tanto implica una huella muy profunda en el psiquismo humano, y que producto de lo mismo, su sublimación no está alejada de múltiples dificultades, pero que son precisas en función del desarrollo y eficiencia social y psicológica del infante. Así, En el sentido que se corresponde una necesidad orgánica con una falta radical, que en su consecución, o intento de satisfacción, obliga al sujeto y lo instala en la brecha del significante primero.
Luego, la pérdida de las seguridades que comporta el contexto familiar en su contención, sentido de pertenencia e identidad, implicarían una repetición de la dolorosa etapa del destete. La vida desprovista del seno materno no parece otra cosa que una escena dantesca e infernal. La nostalgia del paraíso perdido, representa la añoranza materna. Su sublimación promueve el desarrollo y sentido familiar y social, al movilizarnos en la búsqueda y necesidad de “ser” con otros y ser en “otros.” No obstante, permanecerá una profunda huella en el psiquismo del sujeto, en la base de sus procesos y dinamismos mentales, que se instalará de manera inconsciente en los nuevos nexos y vínculos que establezca éste en sus relaciones actuales y que constituirían en las diversas formas que funda la añoranza del paraíso intrauterino y que a muchos los conduce a posteriori en la más obscura aspiración a la muerte.
Si nos detenemos a oír y ver las noticias y programas basados en un consumismo exacerbado, que circulan diariamente, con un sin fin de argumentación reseñada en los distintos medios, que apuntan mayoritariamente a una evidente enajenación del sujeto, promoviendo indirectamente la violencia, la exaltación sexual y la promoción de lo material. De cierto modo, que lleva a deducir que los mismos procesos de modernización suscitan inseguridad en la gente, sobretodo en los sectores más desposeídos, que poco o nada saben acerca de los avances tecnológicos y científicos, en tanto les reclaman, necesidades más urgentes que enterarse, por ejemplo, del último fraude gubernamental o público, no obstante tiene un gran plasma pantalla plana en el centro de su casa, donde se sumergen cada día para soñar. Y en dónde se gestan los más profundos resentimientos y la avidez por la rápida adquisición material, que ante la apertura de sus puertas sobreviene la terrible y frustrante realidad, reconduciéndolos a su marginación, y a la creciente ausencia de códigos comunicacionales que expresen su imposibilidad de integración económica y su falta de seguridad en relación a su integridad física y a la de los suyos, que le permita desplegar su subjetividad en interacción con los demás, en un entorno y contexto protegido, bajo un trato civilizado. Así para la gente de la periferia, tal trato no parece posible, excepto un poco con los suyos, con quienes busca crear identidad, donde a través del graffiti intenta mostrar y plasmar su descontento, o donde ilustra también, (porque no seguir soñando) pequeños destellos de esperanza, que reclaman territorialidad y promoción. Allí incluso en su hogar, donde hasta el espacio más íntimo resulta indefenso y puede ser vulnerado, porque está condenado al hacinamiento, a condiciones todas que sólo promueven promiscuidad, violencia y delito.
Por otra parte, si se considera el virulento pasado de nuestra nación, se caerá en la cuenta que tanto horror no pudo haber pasado inadvertido. Así, el Estado de Chile como garante de paz y seguridad en los años setenta a ochenta, (completamente inoperante, dicho sea de paso) fue el gestor de un contra-referente que aún hoy empaña la conciencia de la gente: la cultura del miedo y la arbitrariedad e injusticia. Hecho que es claramente aprehensible en los sectores más pobres. Ciertamente con la llegada de la democracia se suspende un poco la represión, (más bien parece atenuarse y regularse judicialmente), pero el miedo trocó a una forma más cotidiana de inseguridad. Pareciera pues, que esta suerte de violencia creciente, que en el último tiempo se ha tomado Santiago, más bien el país en general, responde a la más reactiva sed de venganza, como si de pronto un país que no reaccionaba frente a los vejámenes del pasado, que paso por el miedo extremo, hasta un temor difuso, hoy encuentra en la seguridad de un gobierno bueno, (cual madre esforzada se empeña en dar lo mejor que puede a sus hijos, considerando sus limitaciones recursivas, y las condiciones en que recibió el país), se permiten (al sentirse protegidos, al no existir amenaza explícita), recién ahora, hacer pataleta y sacar toda esa rabia acumulada, que desgraciadamente, está siendo pésimamente orientada. Y se evidencia, en los daños a la propiedad con una facilidad que asombra, la agresión hacia los demás y los resonantes crímenes en las comunas tanto populares, marginales como en los sectores más pudientes.
De modo tal, que esta condición de progreso, que debiera ser igualitaria, podría ser bastante cuestionable, sobretodo cuando se remite a la población que funda este artículo, que carece casi por completo de recursos estatales, privados y más aún propios, como para sostener un sistema de seguridad y desarrollo eficaz. Se sabe, que tanto policía como carabineros de Chile rehuye entrar a sus calles, a diferencia de lo que ocurre en los sectores más altos, donde además vienen operando múltiples dispositivos de seguridad pública y privada que van desde complejas alarmas, hasta verdaderas cuadrillas de resguardo perfectamente organizadas. Solo P.D.I. entra a sus lugares, pero al más puro estilo pistolero, cuyos tiros curiosa y repetidamente impactan por lo general en menores o personas inocentes. Más que en los criminales, que en su mayoría son jóvenes de diferentes estratos sociales, que bajo la excusa de la falta de oportunidades prefieren robar y delinquir en lugar de trabajar o estudiar, sobretodo en un marco en que objetivamente sí hay más oportunidad para hacerlo. Más de alguien se preguntará ¿porqué habría de haber afectado tanto a los jóvenes de hoy, el tiempo de represión dictatorial, en que no se permitía la libre expresión y menos estas inusitadas formas de violencia? Pues bien, considero que los hijos de hoy, son la herencia del lenguaje que se debió callar por tanto tiempo. Como padres inexorablemente transferimos a nuestros hijos nuestros miedos y toda la represión que éstos implicaron , al punto que ellos, los jóvenes, o una parte importante de los mismos, constituyen el gran síntoma que merece atención y rápida contención y afrontamiento Puesto que ya sabemos que en la familia acontecen los procesos más importantes del desarrollo psíquico, y que la herencia psicológica transmite estructuras comportamentales inconscientes y posibilita una concatenación psíquica que redunda tarde o temprano en la expresión sintomática de un pasado infectado de mentiras, parasitado de pérdidas, miedo, injusticias y corrupción. En la actualidad las cárceles están plagadas de muchachos que si bien es cierto con suerte saben leer y escribir, sin embargo, se conocen el código penal a la perfección y hacen mañana de él para entrar y salir de la cárcel o instituciones de reclusión, a su antojo. Por otro lado la pasión popular sobretodo masculina; el fútbol ya no mueve multitudes, sino que justifica y viste de chunchos o de indios a criminales, que invaden al resto de la sociedad con sus estúpidos himnos que son una mala copia Argentina, que se toman el sufrido transantiago para brincar sobre la gente, lo mismo en el metro y las calles, arrasando con todo a su paso, paraderos, vitrinas, personas, niños incluidos, etc. testimoniando una penosa perspectiva acerca de la agresividad en su manifestación súbita, repentina e inesperada de acometividad. Esto, desde la óptica de la víctima, reducida a la pasividad forzosa, a la resignación frente a la agresión, le queda el silencio y la humillación, de tener que agachar la cabeza rogando que pase todo pronto, sumergiendo a la persona una vez más, como en la eterna pareja Hegeliana, al trato humillante e impotente, surgiendo entonces sentimientos ambivalentes donde coexisten miedo, rabia, dolor, deseos de venganza, e impotencia.

Este reconocimiento de la agresividad como sustento básico de las relaciones humanas no nos empaña la vista, al contrario la amplifica, permitiéndonos integrarla; contextualizándolo en el espacio terapéutico. Se podría hipotetizar que el abordaje de esta agresividad en el momento oportuno, pudiera ser de capital importancia, para que éstos no la volviesen contra sí, sobretodo contra los otros, con el consiguiente deterioro, pues la víctima cae en un estado de desánimo mayor al esperado, cuando se trata de un atentado directo, como si el victimario, además de pertenencias simbólicas o materiales, le hubiese sustraído energía libidinal, quedando en una permanente estado de intimidación frente a otros, que ejercen abuso frente a su indefensión . En tal situación, la víctima tiende a buscar amparo y protección en un otro aún mayor, dotado de una palabra más potente y que debiera ser garante de paz y justicia; el Estado, pero éste más bien parece un padre imaginario que sólo produce ilusión y desigualdad entre sus hijos. Es deber del Estado intervenir para que el agresor nos devuelva la confianza y seguridad perdida, y revierta la violencia como algo punible, penalizable, castigable. Y ya no como esa masa tanática que crece incontrolable. Porque también ese otro agresor requiere ponerse sobre los carriles del orden, como una cría que de pronto requiere correctivo para encontrar la anhelada identidad y límites necesarios para trascender. Y volver a hacer de la familia el dispositivo principal en la difusión cultural y social. Recuperarla implica recobrar su capacidad de incubar los primeros esbozos de educación, en el aplacamiento de los instintos de vida y muerte, en el acceso al lenguaje, con el advenimiento de la educación inicial, de lo normativo y de las exigencias éticas en un marco institucional familiar que gobierna las instancias y procesos psicológicos más fundamentales, que resguarden implícitamente la preservación del aparataje social, en tanto pone y mantiene a raya a los instintos, al reprimirlos.
Ayer por ahí en un canal de TV veía con incredulidad que Chilito figura en un ranquing de las naciones unidas entre 182 países ocupando el lugar 44, si bien es cierto Chile siempre ha cuatreado, muchos recordaremos que, hace no poco tiempo, podías divertirte y regresar a casa a salvo, aun transitando por las calles a las tantas de la madrugada; hoy eso es imposible, pues allá afuera todo ha cambiado:O(. También recuerdo una reciente declaración del ex presidente Alwyn, quien señalaba que no había que ser catastróficos, quizás tenga razón, yo sólo soy un espejo que intentar transparentar la paranoia y el miedo concreto de la gente. Saludos a todos.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

BAJO SENTENCIA DE MUERTE

Esta suerte de cosa innombrable, inopinable, que produce un dolor psíquico tal, en un acontecimiento defensivo extremo, se lo extirpa hasta de la memoria. El sujeto no quiere ver, no puede ver. Me refiero a la muerte. Allí, el Yo queda remitido a un profundo desvalimiento, producto de la afluencia de excitación que la psiquis no logra procesar. Sus implicancias dependerán claramente de la constitución psíquica de cada sujeto, así como de los recursos Yoicos con los que puede hacer frente.
Sin duda, cada uno de nosotros ha participado directa o indirectamente de ella, cuando pensamos en la pérdida de alguien que amamos, hasta esa sola representación, lastima, prontamente nos evadimos, casi por temor a atraerla, como si se tratase de un mal incurable en tanto su inevitabilidad. Cuando alguien se muere nos quedamos pasmados, paralogizados, afásicos y guardando la distancia observamos el infortunio del Otro, acaso le abrazamos fugazmente por temor a que se nos pegue (aferre) y nos pegue (contagie) eso que escapa a todo registro, que no se puede representar con una palabra, pues si se la enuncia es ya otra cosa. ¿Qué le vamos a hacer...? la vida es así... decimos, cuando le pasa a otro. A todos nos llegará la hora.
Desde niños, aprendemos con todos aquellos tropiezos, fracasos, dolencias corporales y anímicas, la soledad, el desamor, parecen ser pequeñas pérdidas prematuras que tienen su origen, en una aún mayor; la del nacimiento, todas ellas nos preparan en vida para la muerte. Pero el horror y el espanto asechan cuando se piensa en la muerte de los hijos, éso es lo imposible de nominar y constituye lo traumático. Aquella latencia, de la que la represión nos defiende, y que a muchos nos hace recordar a Dios como único salvador en nuestra inermidad. Precisamente eso es el trauma, lo que nos deja suspendidos, y lo que la palabra sin la debida elaboración y deconstrucción no puede nombrar, porque designa a los objetos; de allí que la psiquis, en una forma defensiva sin precedente, se deshace de los afectos, ante su imposibilidad de enfrentarlos, asimilarlos. De esta manera, el amor al objeto nos moviliza en su añoranza, en su búsqueda, en su deseo, en tanto amado y perdido.
Todos poseemos una valoración personal de lo perdido, en tanto amado, Siempre existe más de una fantasía de muerte en torno a uno mismo, en torno a los padres, son pequeños duelos anticipatorios que se plantea cualquiera, al ver lo avanzado de la edad de éstos, pero jamás se espera algo así en relación a los hijos. Es sin duda lo más catastrófico que le puede acontecer al sujeto. Luego de eso, está el miedo a nuestra propia muerte.
Más de alguna vez, he tenido la oportunidad de ver el estado de indefensión, vulnerabilidad y fragilidad al que quedan expuestos lo sujetos que han estado al borde de la muerte, sea por un accidente, intento de suicidio o enfermedad.
¿Cómo reconducir la vida después de una sentencia de muerte, o de un hecho traumático, o de un acontecimiento avasallante en nosotros mismos o en alguien cercano? Siempre después de una experiencia tal, el aparato psíquico se encarga de activar todos los mecanismos que vayan en defensa de una inminente destrucción yoica, para ello si es preciso cerrará, bloqueará y reprimirá todas las formas elaborativas, los canales comunicacionales de entrada y salida de información respecto a ese contenido, para evitar mirar el hecho en si. Cuya eficiencia es sin lugar a dudas, impedir su propio derrumbe.
Todas sus redes conceptuales parecen haberse abolido. Lo cual me parece particularmente peligroso, sobretodo en las personas que han padecido una enfermedad grave, pues es preciso brindarles un marco de contención a través de un espacio terapéutico adecuado, que pueda servirles de apoyo. De otro modo cargarán con el miedo, la ira, la ansiedad, desconcierto y el dolor y con ello, más exposición y predisposición a una eventual recaída.
Se recuperará para sí misma, en tanto que ha logrado vencer dicho padecimiento. Se esforzará por asimilarlo procurando rescatar la energía psíquica, que ya no se emplea en reprimir, poco a poco empiezan a reactivarse los recursos psicológicos e intelectuales, en otras palabras, la víctima empieza a ser más objetiva, reduciendo a niveles más realistas y moderados, tanto el trauma, como las demandas que de éste mismo se suscitan. Por supuesto, esto no es instantáneo, hay retrocesos y avances, porque, como ya fue anotado, se trata de construir representaciones para sucesos, en términos literales, irrepresentables, impensables, inarticulables, configurándose así un Yo alienado, que ha perdido de vista a ese Otro absoluto, correspondiente al orden simbólico. Por lo tanto, se precisaría ir desarticulando mecanismos maladaptativos, corrigiendo así las distorsiones internas a través de la rearticulación del discurso del paciente, pues en la medida que éste pone en palabras, verbaliza sus conflictos, empieza a mirarlos en lo que representan, se amplifica y modifica su lenguaje, y ello repercute en su pensar, en su darse cuenta.
De no ser así, el sujeto para sobrellevar la angustia traumática, empieza a elaborar pre-conscientemente el evento en cuestión; primero indirectamente, resignificándolo. El sujeto parece además cargar afectivamente horas del día, objetos no significativos objetivamente, que por una parte, su beneficio es que le evitan mirar directamente el hecho doloroso (protegiendo la integridad del Yo), pero por otra, mantiene a la víctima predispuesta y expuesta al evento de manera inconsciente, no permitiendo su elaboración. Ello con el peligro que implicaría volviéndolo susceptible a desarrollar el mal una vez más.
Debemos lograr dar con las palabras y con el posterior discurso que "desenrede” el evento traumático, que permita articular su verbalizaciones y referirlo al otro.
Esta cantidad de experiencias hostiles al Yo, y por ende, generadoras de sufrimiento psíquico, provocan que las posibilidades de elaboración intrapsíquica se dificulten poderosamente. El sujeto se vuelve más arcaico en sus razonamientos. Es como si estuviera recubierto de un filtro protector que lo separa del mundo que lo rodea, pues la valoración psíquica que lo cimentaba yace en caos. Ya que, como es sabido, el trauma supone siempre un aumento tal en la cantidad de energía, que no es elaborable naturalmente. De esta manera, la situación traumática absorbe en sí una gran cuota de ésta, dejando al sujeto preso de un fatídico enlentecimiento, remitiendo su Yo a un profundo desvalimiento, a una indefensión casi originaria, que se logra captar con mayor claridad, precisamente cuando el paciente entra en ínter juego en la relación terapéutica.
A veces lo traumático no deriva tanto de lo inesperado y terrible de la situación que en la actualidad afecta, sino de que este trauma, o muchos de ellos, han prevalecido y persistido como una constante en distintos momentos de vida. De modo tal, insisto: en ciertos casos, no parecen importar tanto las características del evento traumático en sí, sino la acumulación de muchos de ellos, además del modo de procesamiento psíquico que posee el sujeto, así como de los distintos recursos que desplegará para hacer frente al conflicto. Una vez que lo logra, se resignifica el evento traumático desperfilándolo. Se olvida la impresión y el dolor. Pero lamentablemente, dicho olvido no elimina lo traumático, por el contrario, sólo lo mantiene latente en un inconsciente siempre despierto, autónomo y amenazante, dispuesto a surgir involuntaria y sintomáticamente de la forma menos esperada. Que se actualiza luego ante un nuevo conflicto que dé señas del significante primero.
Lo claro hasta aquí, es que parece que no hay producción psíquica que no sobrevenga como consecuencia de una situación traumática. Esta realidad gravita constantemente en la vida de la mayoría de nosotros, no obstante, esto no causa el mismo efecto en todos, por no tener la misma constitución psíquica. La que usualmente deja al sujeto desvalido y lo instala en la lógica del significante.
Casi todas las personas cuentan, unos más, otros menos, con un historial traumático; siendo de esta manera, se debería estar psíquicamente capacitado para enfrentar los demás conflictos, pero pareciera que no necesariamente sucede así. ¿Será que aquí la llamada resiliencia no opera? ¿Será la disposición, organización y diferencias individuales que hace que se reaccione de una determinada manera ante un acontecimiento?
En relación a la situación traumática, es sabido que existen dos posibles direcciones que enfrentaría el aparato psíquico: una donde se integraría el evento traumático en un contexto significativo; haciendo referencia en la vía del principio del placer, con la consiguiente aparición del síntoma de neurosis. Y otra, donde el trauma absorbe en sí al sujeto, dejándolo con una tendencia marcada por el sin sentido, el infortunio, por un destino incierto y mortal, en otras palabras, prisionero de la pulsión de muerte. Aquí, la psiquis del sujeto apelará a mecanismos elaborativos más primitivos, que supondrán por ende, mayor destructividad.
Es aquí, cuando el principio del placer muestra su lado terrorífico y maligno, representado por esa búsqueda suicida de descarga absoluta, pretensión que nace inánime, pues como ya se ha dicho, su cumplimiento supondría su propio derrumbe, al implicar un des-encuentro con lo real, en tanto imposible, y un encuentro con la muerte, en tanto fin y límite de la vida. Este no cumplimiento, este fracaso inherente al principio del placer, constituye el agujero, el abismo al que queda condenado el sujeto, es la energía no tramitable que se inscribe en su psiquismo, es la fractura que nos dice que la verdad existe sólo a medias. Lo real no está dado por una presencia, mas bien, por una ausencia de ella, eso es lo traumatico. ¿Acaso aquí adviene el retorno a lo reprimido? Dejando de esta fisura sólo esbozos, pistas, residuos que se manifiestan para rearticular, producir una representación algo más tolerable, hasta concebible, para algo que le resulta catastróficamente inconciliable; como es la imposibilidad de encuentro total y definitivo con lo real. Entonces, aquí, en el caso de algunos de los casos observados en el contexto clínico, nos hace pensar que lo traumático no proviene sólo de esa situación avasalladora del presente, sino que viene a evocar ese punto de fractura que lo constituye.
Así, el trauma provoca una disfunción procesal de tal magnitud en el sujeto, que desarticula y separa el afecto de la representación, impidiendo, aboliendo y alterando severamente los intentos de procesamiento psíquico. De esta manera, y en la medida que las hostilidades preceptúales del trauma persisten, éste no puede ser decodificado, desentrañado, asimilado por el sujeto, y sólo se aproxima a la conciencia de éste, de forma desfigurada y encubierta; en otras palabras, el contenido permanecerá inaccesible para la conciencia, de manera tal, que el evento traumático no puede ser pensado, y por lo tanto, no puede haber un darse cuenta.
El Yo del sujeto queda suministrado a un avasallamiento que lo pone en la tormentosa brecha de la repetición, en donde el trauma ya no es sólo algo del pasado. El sujeto queda suspendido, aletargado, sumido en un agujero, donde lo real resulta imposible de simbolizar, quedando con energía sólo para procurar acercamientos y la reanudación de “algo” que no comprende, pero que se le designa repetidamente en la experiencia. Siendo así, el trabajo analítico debiera procurar la integración de sus cadenas simbólicas y reconstituirlas en el psiquismo del paciente. ¿Y si éstas no existen, nunca existieron? ¿Qué hubo en su lugar entonces? El fantasma es como un visillo que tímidamente insinúa la existencia del trauma. Cubre silencioso lo que encierra la repetición, y representa la espera agónica por ligar los quiebres, agujeros, desligaduras.
Debe existir un origen a partir de tal o cual vivencia. Origen que debió ser fundante y abismante en la existencia humana, a partir de aquel momento traumático se instalaría la fijación del sujeto, y desde allí las experiencias futuras se enmarañarían en directa relación con este momento primero. Momento que además asegure por su profundidad, ser el inicio en la cadena. De otro modo ésta se tornaría infinita y el origen indeterminado. ¿Cómo sería posible acercarse al origen? Aparentemente parece quimérica la propuesta de una lectura fundada en la temporalidad del trauma y cómo cada momento cobra sentido a partir de los demás. Así, en términos lógicos el trauma no sería nada en sí mismo, no estaría determinado por tal o cual vivencia, pues no hay ninguna que dé cuenta de ello con precisión, sino que el trauma se inscribiría siempre a posteriori. Hay otro "algo" que lo denota, que lo define y será desde este denotar desde donde se intentará reconstruir un saber respecto al origen. Con lo único que se cuenta es con este momento segundo, en el aquí y ahora, que arroja vislumbres acerca de un origen. Así visto, en la temporalidad en tanto su condición de reversibilidad, lo traumático habría estado operando desde siempre, pero sólo en este segundo momento adquiere su condición de trauma.
Sin duda esa dificultad, ese trastorno de la representación temporal y espacial del trauma, está muy presente en las víctimas que no logran elaborar su proceso. No pueden alcanzar el tiempo, pues la identidad del pasado se presenta desfigurada por su desconocimiento, ya que el trauma ha desalojado las huellas mnémicas de la conciencia, y las vislumbres (actos fallidos, lapsus) que quedan de ellas, el sujeto no las puede contextualizar, connotar, significar. Asimismo, el futuro resulta impreciso. El sujeto queda remitido a un presente plagado de pasado que busca incesantemente soldar una fractura antigua que ha mutado a esfuerzos de recomposición y que descompone su presente, saturándolo de incesantes pensamientos que sólo lo desvinculan de si mismo.

Pues si bien es cierto, no hay nada de malo en pensar, sin embargo cuando esos pensamientos jamás se detienen y la mayoría de ellos sólo constituyen información residual sin utilidad, que nos repletan de nada, es preciso intentar detener esa concatenación, a través de la simple reparación de la propia existencia, y no esperar a estar a punto de perderla para hacerlo. El mundo es bello y no tiene lugar fuera de nosotros, le somos constitutivos y existe a partir de nuestro darnos cuenta, somos la conciencia que le da vida a este mundo, que le da sentido a todas las cosas. El pensamiento no permite un estado de consciencia presente, de allí que siempre nos saca de contexto, nos distrae y enmaraña, construye de manera instantánea y simultanea cientos de pensamientos, empobreciendo nuestra vista y nuestra manera de pararnos en el mundo, si lo pensamos bien, el momento presentificado, es el único dotado de vida, No podemos impedir el aquí y ahora real, éste mío, el tuyo allá, va con nosotros a cada momento y es lo único cierto. Ése escalofrío que nos recorre al ser conscientes de nosotros mismos, que nos hace ver aquello a lo cual nunca antes le pusimos atención, que nos hace vibrar hasta con lo más sutil y efímero de este mundo. Debe ser el motor que nos sacuda el abatimiento y el temor.
Quizás más de alguien recordará la primera vez que tuvo lugar en su mente, la existencia de la muerte, cuando se repetía a si mismo: pero si yo muero, ¿nunca más viviré? yooo? ésta que estoy aquí respirando y escribiendo, ésta desaparecerá de este mundo por siempre jamás ¿Yo? Esa sensación abismante, es el encuentro con lo real, ése roce con el “darse cuenta”, nos da una mínima pista de la complejidad de nuestro ser. Nos inunda una sensación avasallante porque recién ahí reparamos en nuestra existencia, cuando nos damos cuenta de la inevitabilidad de la muerte entendemos de facto que estamos vivos. Esa imposibilidad de pensarnos sin existencia paradójicamente es la que le da la fuerza al momento presente, como aquel dicho que dice, “uno no sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”, pero la idea es reparar en nuestra existencia mientras estamos vivos, eso es lo que les pasa a los que casi mueren, están ante una sentencia de muerte y se dan cuenta que aquello por lo que lucharon toda la vida nunca tuvo sentido, era solo acaparar, coleccionar objetos que ahora ya no sirven de nada, recién ahora atesoran cada segundo de vida y reparan en cosas que jamás antes repararon, para algunos es ya demasiado tarde, para otros en cambio se abre otra oportunidad, pero al poco andar, vuelven a desconectarse de si mismos, enmarañándose en más pensamientos, pero ahora la carga se ve aumentada por el miedo y los fantasmas de casi haber muerto.
Una vida fundada en los pensamientos y en lo mental, es una vida disfuncional basada en la mente humana, que si nos diéramos cuenta de ello, estaríamos frente al advenimiento del mundo transformado, vivido tal cual debiéramos.
La respuesta a la falta de sentido existencial sobreviene sólo cuando dejamos de buscarla y en lugar de eso debemos evitar que los pensamientos sigan seduciéndonos y aflorando sin que intervenga nuestra voluntad, porque nos llevarán por el camino mecánico y vacío, proyectado por la mente, allí donde los pensamientos constituyen un abismo sin fin, por nuestra incapacidad de orientarlos, de interrumpirlos, todos los pensamientos provienen del pasado, por eso nunca nos permiten conectarnos con el presente. Precisamos mirar dentro nuestro, allí está el verdadero mundo. El de afuera, es bello, pero no sabemos disfrutarlo, porque hacemos de él sólo un reflejo ilusorio creado por la mente que nos aleja de la conección con la profundidad de nuestro propio ser integral, cuando yo soy consciente de lo que siento, percibo, huelo y miro es menos probable que los pensamientos surjan, aunque lucharán por hacerlo. Por eso nosotros debemos ser el cambio, que no es sino el cambio de consciencia transformado, que nos permite reparar en que, a pesar de lo horrendo de un crimen, a lo doloroso de una partida, a lo terrible de una enfermedad, de lo dura e injusta que se muestra la vida en ciertas ocasiones, debemos creer en la humanidad, sólo en esa medida puedo concebir esperanza de reparación en las víctimas, en los enfermos. Si enjuicio y condeno, pierdo a “ése” que nos cuenta, esa mitad, ese pariente lejano que no queremos reconocer y que tenemos todos en potencial, al querer más de alguna vez, superponernos al otro.
Aprender a decir un NO, libre de conflicto. Un NO, que sea respetuoso y promotor de nosotros mismos, que diga por aquí quiero ir yo y volver acto ese deseo. NO más pensamientos basados en el pasado, ni de su contra parte, esperanzados del futuro. Es como decir yo antes era feliz y no lo supe valorar. Es bueno reconocer las cosas, pero muy inadecuado perpetuarlas. Y nuestro presente donde lo dejamos? Siempre estamos desconectados de él, viviéndolo mecánicamente, rumiando pensamientos y más pensamientos. Por eso los cambios nos cuestan tanto, nuestro ser alienado se resiste, nos engaña, nos dice, mejor hagámoslo mañana, mejor pensemos en otra cosa y abrimos de facto la puerta para que confluya abismante, más de lo mismo dentro nuestro. Alejándonos de nuevo, perdiéndonos de vista, de nuestro propio ser y de lo real.

Sólo sé que a pesar de lo horrendo de un crimen, a lo doloroso de una partida, a lo terrible de una enfermedad, de lo dura e injusta que se muestra la vida en ciertas ocasiones, yo creo en la humanidad y sólo en esa medida puedo concebir esperanza de reparación en las víctimas, en los enfermos. Si enjuicio y condeno, pierdo a “ése” que nos cuenta, esa mitad, ese pariente lejano que no queremos reconocer y que tenemos todos en potencial, al querer más de alguna vez, superponernos al otro

SUEÑO CREPUSCULAR Y VIDA ILUSORIA

Visto de esta manera, de pronto la realidad asusta, resulta incierta, imprecisa, insegura. Siendo así, ¿acaso estaríamos más seguros muertos? ¿Seguros y protegidos de nuestros erráticos encuentros con lo real? Pero si estamos muertos, hasta donde sé, no sería posible dar cuenta de lo que allí acontece, en esa medida, la muerte es sólo una opción completamente estéril, en tanto apartada de la vida. O por el contrario, ¿quizás la muerte sea la única circunstancia que une a la cadena de significantes y al objeto que la satisface? Un único encuentro con lo real y todo lo demás, espejismos. Un punto ciego en los extremos de una fantasía. Justo entre el principio del placer y el principio de realidad. Ese titubeo suspende lo real, dejándolo al servicio de la pulsión de muerte, lo contiene en sí, capturado y ausente para nosotros. Si lo traumático es lo real, y el trauma es la muerte, entonces ¿nunca se conocerá su representación? ¿O no será posible objetivamente dar cuenta de ella porque no se la encuentra en este mundo? Parece que estamos condenados a un encuentro siempre fallido, por una barrera infranqueable que nos aparta una y otra vez de su representación. Sin embargo, esta imposibilidad no implica que el objeto real no exista, contrariamente, es justo esa condición de imposibilidad la que denota su existencia, en tanto imposible.
Tal vez, si en lugar de intentar rememorar obstinadamente esa búsqueda, donde la vida es concebida sólo como un mero camino trunco, en relación al encuentro con lo real, y cuyo límite es la muerte, se pusiera el énfasis en el cuestionamiento de dicha búsqueda: allí donde nace el surgimiento del deseo, allí donde se esperaba encontrar a un ser asexuado, sin necesidad del Otro, desprovisto de carencia; se tropieza con uno, que es demanda creciente para asegurar su existencia, que busca definirse y encontrarse a través del otro, que nos dota de integridad corporal, que nos salva de nuestra inermidad ante la fragmentación, y que también nos condena a esa repetición en la que nos inscribe, el día que nos limita en su entrega, y en cuya búsqueda, aunque ignorantes, inexorablemente nos autoinducimos, que no nos deja despertar y que indudablemente es, casi siempre puesta en juego, luego, en la transferencia con el analista.
Llama la atención lo difícil que es todo a veces, es como si la vida misma, existiera y trascendiera a nosotros mismos que la poseemos. Es como si jugara, como si nos tumbara, sólo para levantarnos de nuevo. Si algo aprendí en este último tiempo, es que cuando algo se te deniega y sabotea repetidamente, es que algo grande está por suceder, es el quiebre lo que permite el cambio y precisa un darse cuenta.
A partir del cual, emanan las palabras, que aladas vuelan y remecen al salir de los labios, como en un encuentro con lo fallido, como en un encuentro mágico con lo simbólico, ahora dotado de sentido, que se traduce en un darse cuenta, como si las palabras que brotan de los labios y que en tanto aladas, rozaran sutilmente lo real y nos cambiaran subjetivamente, para un encuentro más pleno con el Otro. Quizas sólo entonces podamos despertar.

sábado, 12 de septiembre de 2009

PRISIONEROS DE LA RED

Que difícil se me figura de pronto escapar de nuestro estado habitual, regido tan sólo por el pretérito fantasma inmerso en la brecha del principio del placer, que se reinstala y empuja al sujeto al límite, en busca de un goce, que le roba subjetividad y lo enmaraña indefectiblemente respecto de su presente, y lejos de asegurarle un lugar en el tan anhelado goce, lo enajena del mismo, preso de un afán imaginario que jamás podrá alcanzar. No es novedad que actualmente tendemos a devenir atrapados por el ciberespacio; una realidad finisecular, que nos deja más expuestos en una dimensión alienada por el individualismo exacerbado, y que tiende a expandirse tanto más ventanas virtuales se despliegan, haciéndonos sucumbir ante el consumismo e instrumentalización, que a modo de la pareja Hegeliana, parece con frecuencia condenarnos a ejercer tiranía o a padecer por el infortunio de ésta. Si ya en lo cotidiano es difícil ser consciente de nosotros mismos, y procurar un estado presintificado, ahora lejos de articularse ha mutado a un relativo y engañoso “conectado”, proliferando así diversos espacios virtuales de interacción, que si bien es cierto, constituyen un campo de basta información orientado a la enseñanza y aprendizaje, también dan lugar a la creación revolucionaria y creciente de múltiples dispositivos de comunicación síncrona, que se han vuelto insustituibles para el sujeto, pues además de posibilitar la comunicación activa y directa por la red, lo remiten a un círculo de dependencia complejísima, al subvertir en dicho espacio, prácticamente todas sus necesidades existenciales, desde opciones laborales, informacionales, operaciones comerciales, modos de interacción social y afectivas, basadas mayoritariamente en el lenguaje escrito y que ante la imposibilidad de muchos para transmitir emociones, simplica tales esfuerzos, a través de los llamados “emoticones”. Es un espacio virtualmente sin identidad pues todos los complejos y conflictos individuales y colectivos, quedan suprimidos y encubiertos por una realidad figurada, hasta construida, donde muchos muestran el opuesto dialéctico de la realidad, posibilitando así la existencia del delito, el fraude, y la mentira.Sin mencionar los amores virtuales que nos inventamos casi por desesperación y soledad, para llenar el vacío inaugural que traemos inscrito desde siempre.Y que en vano tratamos de compensar. A veces creo que seguir cuestionando esto es abrirse a una eterna reelaboración para algo que no tiene respuesta. Y si la tiene sólo puede tener lugar en el momento en que dejamos de pensar y nos detenemos a capturar la realidad, aquí y ahora, retrotrayéndonos hacia nosotros mismos, sintiendo como se nos eriza la piel. Al darnos cuenta de como bombea nuestro corazón, de que el mundo existe a partir de nosotros y nuestro ser consciente y presente testimonia de manera inarguible su existencia, que desde el momento en que apartamos nuestras manos del teclado, lo virtual está compelido inexorablemente a desaparecer, como esa experiencia innombrable, en tanto imposible de nominar y que inútilmente tratamos de descifrar apropiándonos de ese espacio virtual irreal, que jamás se traducirá en completud. Porque no está en el aquí y ahora, sino en un allá distorsionado, remotamente después.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Acerca de la complejidad de la palabra... O por la boca muere el pez.

Acerca de la complejidad de la palabra, el decir es etéreo y volátil, las palabras corren más rápido que la liebre en el valle, se escapan hasta de la memoria, distorsionándose y olvidándose indefectiblemente. De allí la magia de las canciones, que guardan en sí la revelación de sentimientos, sensaciones y emociones inopinadas, suprimidas muy dentro nuestro y subvertidas en la concatenación de las palabras que se han logrado capturar a través de las letras que afloran selectivamente desde la subjetividad del compositor, haciéndonos inclinar sólo a algunos hacia su creación, de acuerdo a la connotación personal que le otorgamos a su contenido, evocándonos quizás algo impreciso, que fluye de nuevo con la liberación del decir, por eso hay canciones que escuchamos una y otra vez, intentando fallidamente retener o capturar afuera algo que late impreciso adentro. El sujeto debe tener linda voz para favorecer la identificación con tal contenido, podríamos especular entonces que quienes tenemos una clara inclinación por la música, es porque tenemos demasiados sentimientos dentro que no han sido articulados con el decir, y algo se pone en ínter juego, algo nos hace sentido en lo que oímos, como un tábano que al desplegar sus alas nos amplifica la mirada, derribando solo por segundos los muros que la limitan, todo se libera al escuchar la canción. Pero se vuelve a perder poco después…de allí la obstinación de oírla una y otra vez. Como así también habría otros, que huyen de la música por temor a ser embestidos por el afloramiento de un sentimiento, con el que no sabrían como lidiar y que los remite de facto a un encuentro violento con la fisura que los constituye y que no son capaces siquiera de mirar.
Las canciones son mágicas, instantáneas, como una flecha implacablemente certera, que se instala en aquel contenido atragantado y encubierto por las defensas, blanco objetivo apartado de la consciencia, donde la palabra fue incapaz de expresar lo que le embargaba.
Nos sentimos protegidos, sólo porque sentimos anónimamente, pues sólo se expone el que canta, nosotros somos cantados o dichos por el discurso o canto de otro. Nos ocultamos tras de él. Por eso hablamos de los placeres culpables de la música. Siempre es un gran Otro el cebollero…