miércoles, 26 de agosto de 2009

Acerca de la complejidad de la palabra... O por la boca muere el pez.

Acerca de la complejidad de la palabra, el decir es etéreo y volátil, las palabras corren más rápido que la liebre en el valle, se escapan hasta de la memoria, distorsionándose y olvidándose indefectiblemente. De allí la magia de las canciones, que guardan en sí la revelación de sentimientos, sensaciones y emociones inopinadas, suprimidas muy dentro nuestro y subvertidas en la concatenación de las palabras que se han logrado capturar a través de las letras que afloran selectivamente desde la subjetividad del compositor, haciéndonos inclinar sólo a algunos hacia su creación, de acuerdo a la connotación personal que le otorgamos a su contenido, evocándonos quizás algo impreciso, que fluye de nuevo con la liberación del decir, por eso hay canciones que escuchamos una y otra vez, intentando fallidamente retener o capturar afuera algo que late impreciso adentro. El sujeto debe tener linda voz para favorecer la identificación con tal contenido, podríamos especular entonces que quienes tenemos una clara inclinación por la música, es porque tenemos demasiados sentimientos dentro que no han sido articulados con el decir, y algo se pone en ínter juego, algo nos hace sentido en lo que oímos, como un tábano que al desplegar sus alas nos amplifica la mirada, derribando solo por segundos los muros que la limitan, todo se libera al escuchar la canción. Pero se vuelve a perder poco después…de allí la obstinación de oírla una y otra vez. Como así también habría otros, que huyen de la música por temor a ser embestidos por el afloramiento de un sentimiento, con el que no sabrían como lidiar y que los remite de facto a un encuentro violento con la fisura que los constituye y que no son capaces siquiera de mirar.
Las canciones son mágicas, instantáneas, como una flecha implacablemente certera, que se instala en aquel contenido atragantado y encubierto por las defensas, blanco objetivo apartado de la consciencia, donde la palabra fue incapaz de expresar lo que le embargaba.
Nos sentimos protegidos, sólo porque sentimos anónimamente, pues sólo se expone el que canta, nosotros somos cantados o dichos por el discurso o canto de otro. Nos ocultamos tras de él. Por eso hablamos de los placeres culpables de la música. Siempre es un gran Otro el cebollero…